El viento jamas miente
cuando desde distancias impensables
se atreve a meterse dentro mis oídos
y sin consideración alguna se despoja de todas sus pieles
y hace visible las entrañas del destino;
un destino que no es otra cosa más que la voluntad de hacer latir el corazón
el laberíntico y tubular serpiente que,
mediante sus palpitaciones,
hace vivir
hace morir
hace pensar y caer en distracciones ontológicas.
Aunque la palabra sea concepto,
la delimitación se hace tan transparente
que parece la piel de una cebolla.
Cuando los estados de la materia y las oquedales del espíritu construyan el haiku del universo
la simplicidad de la indeterminación será mi punto de partida.